Annie Duke fue jugadora profesional de póquer, ganando más de 4 millones de dólares en torneos. En su libro Thinking in Bets, explica que esos años le enseñaron a entender lo que es realmente una apuesta: una decisión sobre un futuro incierto.
Tratar las decisiones como apuestas en otras disciplinas, le ayudó a evitar las trampas habituales en la toma de decisiones, a aprender de los resultados en entornos inciertos y a mantener las emociones fuera del proceso.
Pensar en apuestas empieza por reconocer que hay exactamente dos cosas que determinan cómo nos va la vida: la calidad de nuestras decisiones y la suerte. Aprender a reconocer la diferencia entre ambas es la clave.
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No todo son los resultados
Establecer una relación demasiado estrecha entre los resultados y la calidad de las decisiones afecta a nuestras decisiones, con consecuencias potencialmente catastróficas en el largo plazo.
El sesgo retrospectivo es la tendencia, una vez conocido un resultado, a considerarlo inevitable. Cuando decimos: "Debería haber sabido que eso iba a pasar" o "Debería haberlo visto venir", estamos sucumbiendo al sesgo retrospectivo.
Cuando retrocedemos a partir de los resultados para averiguar por qué ocurrieron esas cosas, somos susceptibles de caer en una serie de trampas cognitivas, como asumir la causalidad cuando sólo existe una correlación, o seleccionar los datos para confirmar la hipótesis.
Es esencial entender que también hay un elemento de suerte en cualquier resultado. En el póquer, por ejemplo, se puede tomar la mejor decisión posible en cada momento y perder la mano, porque no sabes qué nuevas cartas se repartirán y revelarán.
Saber lo que no sabemos
En general, a las personas no nos gusta decir "no lo sé" o "no estoy seguro". Consideramos esas expresiones vagas, poco útiles e incluso evasivas. Pero sentirse cómodo con el "no estoy seguro" es un paso fundamental para tomar mejores decisiones. Tenemos que estar en paz con el desconocimiento.
Admitir que no sabemos tiene una inmerecida mala reputación. Por supuesto, queremos animar a adquirir conocimiento, pero el primer paso es comprender lo que no sabemos.
Lo que hace grande a una decisión no es que tenga un gran resultado. Una gran decisión es el resultado de un buen proceso, y ese proceso debe incluir un intento de representar con precisión nuestro propio estado de conocimiento.
La importancia de las creencias
Cuanto más precisas sean nuestras creencias, mejor serán los fundamentos de las apuestas que hagamos.
Así es como creemos que formamos creencias abstractas: Oímos algo; pensamos en ello y lo examinamos, determinando si es verdadero o falso; y sólo después formamos nuestra creencia.
Sin embargo, resulta que en realidad formamos creencias abstractas de esta manera: Oímos algo; creemos que es cierto; sólo a veces, más tarde, si tenemos tiempo o ganas, pensamos en ello y lo investigamos, determinando si es, de hecho, cierto o falso.
Las personas son criaturas crédulas a las que les resulta muy fácil creer y muy difícil dudar. Podemos pensar que tenemos una mente abierta y que somos capaces de actualizar nuestras creencias basándonos en nueva información, pero la investigación demuestra lo contrario.
El modo en que formamos nuestras creencias, y nuestra inflexibilidad a la hora de cambiarlas, tiene graves consecuencias porque apostamos por esas creencias. Todas las apuestas que hacemos en nuestra vida dependen de nuestras creencias.
Redefinir la confianza
Imagina que en una conversación con un amigo estáis hablando sobre qué película ganó el Oscar en 1997. La autora nos recomienda usar probabilidades: "Tengo un 60% confianza de que Titanic ganó el Oscar a la mejor película". Eso significa que tu nivel de certeza es tal que el 40% de las veces resultará que Titanic no ganó el Oscar a la mejor película.
Obligarnos a expresar lo seguros que estamos de nuestras creencias pone de manifiesto la naturaleza probabilística de las mismas, que lo que creemos casi nunca es exacto al 100% o al 0%, sino más bien algo intermedio.
Cuando trabajamos para calibrar nuestras creencias, nos juzgamos menos a nosotros mismos. Incorporar porcentajes o rangos de alternativas a la expresión de nuestras creencias significa que nuestra narrativa personal ya no depende de si nos equivocamos o acertamos, sino de lo bien que incorporamos nueva información para ajustar la estimación de lo acertadas que son nuestras creencias.
No hay pecado en descubrir que hay pruebas que contradicen lo que creemos. Declarar a los demás nuestra incertidumbre sobre nuestras creencias nos convierte en comunicadores más creíbles.
Entender las causas
Como reconocía el novelista y filósofo Aldous Huxley, "La experiencia no es lo que le ocurre a un hombre; es lo que un hombre hace con lo que le ocurre". Hay una gran diferencia entre adquirir experiencia y convertirse en un experto. Esa diferencia radica en la capacidad de identificar cuándo los resultados de nuestras decisiones tienen algo que enseñarnos enseñarnos y cuál puede ser esa lección.
El reto es que cualquier resultado puede producirse por múltiples razones. Y el mundo no conecta por nosotros los puntos entre resultados y causas.
Para alcanzar nuestros objetivos a largo plazo, tenemos que mejorar a la hora de saber cuándo el futuro tiene algo que enseñarnos. Y el primer paso para hacerlo bien consiste en reconocer que las cosas a veces ocurren debido a la otra forma de incertidumbre: la suerte.
¿Habilidad o suerte?
Duke pone el ejemplo de un golfista profesional para analizar qué influencia tienen ambos aspectos:
Los elementos de habilidad, aquellas cosas que están directamente bajo el control del golfista y que influyen en el resultado, incluyen la elección del palo, la preparación y toda la mecánica detallada del swing.
Los elementos de suerte incluyen una repentina ráfaga de viento, que alguien grite su nombre mientras realiza el swing, que la bola golpee un aspersor, la edad del golfista, sus genes y las oportunidades que haya tenido (o dejado de tener) hasta el momento del golpe.
Echar la culpa de la mayoría de nuestros malos resultados a la suerte significa que perdemos oportunidades de examinar nuestras decisiones para ver dónde podemos hacerlo mejor. Atribuirnos el mérito de lo bueno significa que a menudo reforzaremos decisiones que no deberían reforzarse y perderemos oportunidades de ver dónde podríamos haberlo hecho mejor.
El 100% de nuestros malos resultados no se deben a que hayamos tenido mala suerte y el 100% de nuestros buenos resultados no se deben a que seamos tan increíbles. Sin embargo, así es como procesamos el futuro a medida que se desarrolla.
Tomar perspectiva
La perspectiva nos acerca a la verdad, porque esa verdad suele estar en medio de la forma en que nos situamos con respecto a los resultados y la forma en que los situamos con respecto a los demás. Si adoptamos la perspectiva de otra persona, es más probable que lleguemos a ese punto medio.
Uno de nuestros objetivos debe ser la creación de situaciones en los que podamos interrumpir una decisión en el momento y tomarnos un tiempo para considerar la decisión desde la perspectiva de nuestro pasado y nuestro futuro.
Podemos crear un hábito rutinario en torno a estas interrupciones de la decisión para fomentar esta toma de perspectiva, haciéndonos una serie de preguntas sencillas en el momento de la decisión diseñadas para implicar a nuestro futuro y a nuestro pasado.
La periodista de negocios y escritora Suzy Welch desarrolló una popular herramienta conocida como 10-10-10 que tiene el efecto de introducir el futuro en más de nuestras decisiones en el momento. Todo proceso 10-10-10 sigue estas preguntas: ¿Cuáles serán las consecuencias de cada una de mis opciones dentro de diez minutos? ¿Y dentro de diez meses? ¿Y dentro de diez años? Este conjunto de preguntas desencadena un viaje mental en el tiempo que da pie a mejores decisiones.
Gestionar las emociones
Las decisiones impulsadas por las emociones del momento pueden degradar la calidad de las apuestas que hacemos, aumentando las probabilidades de malos resultados y empeorando las cosas. Lo que ha ocurrido en el pasado reciente impulsa nuestra respuesta emocional mucho más que cómo nos va en general.
Esto es cierto tanto si estamos en un casino, tomando decisiones de inversión, en una relación o en el arcén de la carretera con una rueda pinchada.
El problema en todas estas situaciones (y en innumerables otras) es que nuestras emociones afectan a la calidad de las decisiones que tomamos en esos momentos, y estamos muy dispuestos a tomar decisiones cuando no estamos emocionalmente aptos para hacerlo.
Planificación de escenarios
Cuando se enfrentan a condiciones muy inciertas, las unidades militares y las grandes empresas recurren a veces a un ejercicio llamado planificación de escenarios. La idea es considerar una amplia gama de posibilidades de cómo podría desarrollarse el futuro para ayudar a orientar la planificación y preparación a largo plazo.
No se trata de enfocar nuestras predicciones futuras desde un punto de perfección. Se trata de reconocer que ya estamos haciendo una predicción sobre el futuro cada vez que tomamos una decisión, así que nos irá mejor si lo hacemos explícito.
Incluso si nuestra evaluación da como resultado un amplio margen, como que las probabilidades de que se produzca un escenario concreto se sitúen entre el 20% y el 80%, sigue siendo mejor que no hacer ninguna conjetura.
Podemos anticiparnos a los acontecimientos positivos o negativos y planificar nuestra estrategia, en lugar de ser reactivos. Ser capaz de responder a un futuro cambiante es bueno, pero que nos sorprenda no lo es. La planificación de escenarios nos hace más ágiles porque hemos considerado y estamos preparados para una mayor variedad de futuros posibles.
Conclusión
La vida, como el póquer, es una partida larga, y va a haber muchas pérdidas, incluso después de hacer las mejores apuestas posibles. Nos irá mejor y seremos más felices si empezamos por reconocer que nunca estaremos seguros del futuro.
Eso cambia nuestra mentalidad de intentar acertar siempre, una tarea imposible. Conviene aceptar la incertidumbre, calibrando nuestras creencias para avanzar hacia una representación más precisa y objetiva del mundo.